Por María Tesolini
Una nunca sabe como se desarrollará el día.

Una puede ir a trabajar de lunes a viernes, mirar el cielo y esperar que toda la semana llueva o esté nublado o ventoso, sólo para sentir que las probabilidades de que el fin de de semana esté bueno para volar sean mayores.

Una puede acostarse cada noche mirando qué predice el windgurú para los 5 días previos a su viaje, especulando con los porcentajes de nubosidad alta, media o baja; re checkeando y cruzando la info con la de otro portal meteorológico o sencillamente llamando al piloto local para saber si hará o no en vano esos 853 km que la separan de la ciudad de Mina Clavero.

1Una puede prepararse mentalmente para encarar esos 30 minutos de travesía que separan la rampa de lo de Américo; pasar la tranquera y emprender la caminata entre las piedras señalizadas con pircas y las profundas quebradas, con charcos de agua que son como ríos subterráneos que afloran del suelo verde; andando entre vacas y flores con 22 kilos en la espalda, el protector solar olvidado en el auto, la botella de agua hirviendo por el sol, el celular sin señal, y rogando haber guardado una bateria extra para el variómetro porque seguro que el vuelo será largo.

Una puede llegar temprano a rampa y desde el borde observar el valle de Traslasierra debajo; sentarse para medir los ciclos y la intensidad del viento; para ver la orientación de las mangas y las nubes que se van formando y darse una leve idea de lo que le depara el día. O mirar hacia el sur, y aspirar a sobrevolar algún día las Sierras Altas para llegar a la ciudad de Merlo pasando por el Champaqui, el más alto de la cadena.

2Una puede pensar que conoce ese lugar más que otros, y que está haciendo lo que más le gusta hoy en esta vida, y aún así sentir mariposas (o retorcijones para ser menos romántica) y tener que salir corriendo a acuclillarse entre los churquis para aliviar esos nervios que siempre están justo antes de salir a volar.

Una puede planificar el vuelo: ir hasta el aeroclub, y si está con altura, seguir y aterrizar en la curva de la playa del río y esperar hacerlo con una amiga; primero equiparse lentamente, controlar las bandas, la manija y el pin del paraca; concentrarse, dudar un poco, esperar que entre la brisa adecuada, ni muy suave ni muy fuerte; respirar y exhalar profundo justo antes de hacer el inflado y ganarse el apodo que cariñosamente le han puesto sus amigos voladores: la Tenso.

Una puede correr con el pecho adelante cargando la vela, buscar con la mirada el parapente arriba de la cabeza, mirar al amigo instructor que está al frente y que dice: todo ok!. Enroscar un poco el comando en la mano, despegar los pies del piso, pisar el estribo y salir a volar.

Una puede sentir que a pesar de estar cayendo, ese cóndor que sale de atrás del cerro le indicará el camino hacia arriba; y sentir en la cara, en el cuerpo y en el estómago que sí! Que la térmica salió a su encuentro, que el panel del vario confirma que está ascendiendo; que volcando el cuerpo a la derecha y con comando progresivo, logra coordinar esa trepada constante, pareja, que tanto se parece a cuando se sube a la calesita con sus sobrinas y se agarra con una sola mano del parante y estira en oblicuo todo su cuerpo y el brazo libres para robar la sortija y ganarse una vuelta más, girando, con el viento en la cara y la canción que le gusta cantar en voz alta cuando va subiendo.

Una puede no sentir lo mismo en cada vuelo, pero siempre tener la certeza de que volar es la felicidad plena; de que despegar los pies del piso y subir y subir y subir, es tomar otra perspectiva de una misma y aprender que hoy es ahora, y el resto es incierto.

Lo que una no puede saber, es que una vez que vuelva a tocar el piso, con la inmensa alegría de haber volado altísimo, lo más alto hasta ahora; de haber crecido como piloto, disuelto ciertos temores y afirmado convicciones; de haber compartido el cielo con los amigos de siempre y los nuevos… es que habrá alguien que saldrá a su encuentro con el abrazo dispuesto, la sonrisa dibujada, la alegría compartida y el beso robado.

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