El zonda, no pidió permiso y hasta el mediodía le ganaba la pulseada al sur que ya tenía su anuncio pago en casi todos los pronos. Día perdido; aunque no tanto porque aprovechamos para conocer una bodega a unos 70 kms al norte (y abastecernos como para pasar el invierno ; )
Famatina no faya, pero tampoco avisa mucho, y si avisa no siempre cumple. Así que, como dicen algunos, para volar hay que estar en rampa.
Con los últimos rayos de sol, salieron las primeras velas… y no caían. Era evidente que estaba re bueno.
– Y porque no salen?, Preguntó Ale.
– no pensábamos que se iba a volar.
(alguien perdió una apuesta)
Las velas seguían saliendo y el sol poniéndose.
– Qué hacemos ?
– Busquemos los equipos !
En total eramos 15 pilotos, entramos raudamente al alojamiento mientras parte de grupo jugaba al truco, tan raudamente que la mayoría no creyó que nos íbamos a rampa. Sin insistir lo suficiente como para convencer a todos, cargamos los equipos, juntamos dos crédulos y nos volvimos al despegue.
A la luna le faltaba una noche para estar llena, pero ahí no se notaba. La presión era de buena a muy buena, y no se podía fallar. Los nudos no se verían y cualquier error que a la luz del día hubiera sido evidente, ahí no lo sería.
– Ahí esta bueno!
Salimos a volar a otro planeta. Eramos planeadores nocturnos. Invisibles. Nuestras alas lucían siluetas espectrales que surcaban el silencioso cielo iluminadas por la representación misma de la noche.
Toda esa geografía desparramada en blanco y negro nos obligaba a re-encontrar los lugares, la perspectiva cambiada hacía que por momentos dudáramos si llegaríamos incluso al aterrizaje oficial. A la altura de Las Rayadas pero sin acercarnos demasiado ya comenzó a funcionar la dinámica, lo que nos dejó llegar muy alto a sobrevolar la dormida y fría térmica del Guapo.
Las líneas blancas de la 40, sobresalían en el oscuro suelo mientras que las intensas y coloridas balizas de los vehículos de rescate indicaban a dónde había que terminar el vuelo.
Aterrizo a unos 20 metros del primer auto y corro con la vela inflada para festejar con algunos pilotos, mientras escucho sus gritos de aliento siento que esta fue la experiencia más diferente pero con el sabor más parecido al primer vuelo.
Cae la vela, supongo desconcertada.
Encontrarse a los demás con la misma cara que uno, confirmaba que lo vivido había sido único… e imagino irrepetible.